Las murallas de Toledo existen desde la época romana. En el año 674 Wamba, rey visigodo, las reconstruyó, pero las que hoy se conservan son básicamente de época árabe, aunque queden algunos restos romanos. Alfonso VI tras conquistar la ciudad a los musulmanes en 1085, las acabó para asegurar la defensa de la ciudad. Por ello, una de las funciones de las murallas es la defensa de Toledo por la zona donde el río no favorece una defensa natural.
Pero esta función no es la única. A través de sus puertas y puentes se controlaba la población que accedía a la ciudad y se permitía la entrada a los comerciantes foráneos siempre y cuando pagaran el impuesto correspondiente denominado portazgo, si cruzaban las puertas o pontazgos si accedían por uno de los puentes de la ciudad. Por lo tanto, otra función era recaudatoria.
Y, por último, hay otra función no menos importante: la de evitar los contagios en épocas de epidemias, como la peste. En una de las puertas de acceso a la ciudad, la Puerta de Bisagra, hay en la parte más alta una escultura de un ángel, el Ángel Custodio, cuya leyenda nos habla precisamente de ello: un triste día, la terrible peste quiso entrar en la ciudad, pero el ángel guardián situado en lo alto de la puerta principal la detuvo con su espada. “Tengo permiso de Dios para matar a siete”, dijo la peste y el ángel la dejó entrar…
En aquella peste murieron siete mil toledanos.
Cuando la peste abandonaba la ciudad por la misma puerta, el ángel le reprochó: “Me dijiste que sólo matarías a siete y has matado a siete mil”, a lo que la peste respondió:
“Yo sólo maté a siete, a los otros los mató el pánico”.
